Este artículo está basado en el episodio con Diego Pereyra, grabado en Casa Spotify.
Dejar una carrera tradicional no es fácil. Especialmente cuando esa carrera está tan profundamente asociada al prestigio y la vocación como la medicina.
En este post, exploramos la historia de Diego Pereyra, quien pasó de ser médico de terapia intensiva a streamer de contenido científico y divulgador en redes.
Su camino nos invita a repensar las expectativas sociales y personales que pesan sobre nuestras decisiones profesionales.

El punto de quiebre
Diego trabajaba en terapia intensiva, una de las especialidades más demandantes y emocionalmente intensas de la medicina. Sin embargo, algo empezó a hacer ruido internamente: el vacío de sentido, la rutina que no llenaba, el desgaste emocional. Lo que muchos considerarían el «trabajo soñado» para él se había convertido en una carga.
Ese momento de incomodidad fue el inicio de un proceso profundo de revisión interna. Empezó a hacerse preguntas: ¿Qué quiero realmente? ¿Esto es lo que quiero hacer por el resto de mi vida? ¿Puedo aportar valor de otra forma?
Salir del molde
Lo más desafiante no fue dejar la medicina, sino enfrentarse al juicio ajeno. La medicina no es solo una profesión: es una identidad.
Cuando Diego decidió empezar a crear contenido en redes, sintió el peso de la opinión de colegas, familiares y amigos. «¡Un médico haciendo streams en Twitch!», podrían decir algunos.
Pero Diego encontró en la comunicación científica una forma de canalizar su vocación de servicio desde otro lugar. Empezó a hablar de salud mental, de ciencia, de emociones humanas, y encontró una comunidad dispuesta a escuchar, dialogar y aprender.
El rol del contenido digital
El contenido en redes no reemplaza a la medicina, pero para Diego fue una manera de amplificar su impacto. Descubrió que podía ayudar desde la prevención, la educación y el acompañamiento. En lugar de tratar a un paciente por vez, podía hablarle a miles.
Esto no solo le dio una nueva motivación, sino que también le permitió redefinir su relación con el trabajo: dejó de lado los turnos eternos y la carga emocional constante, para construir una rutina más alineada con su bienestar.
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Conclusión
La historia de Diego Pereyra nos recuerda que cambiar de rumbo no es fracasar. Es, muchas veces, un acto de valentía.
Animarse a salir del molde, explorar otros caminos y redefinir el éxito en nuestros propios términos puede ser la clave para una vida profesional con sentido.
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